viernes, 13 de mayo de 2011

Tiempos de muerte.

Los minutos pasan lentamente, me quedo mirando el reloj mientras escucho el maldito segundero y su tic-tac, no soporto la idea de estar solo, esta soledad que me amarga la vida, esa soledad que me envuelve en un mar de penurias y oscuridad.

Estoy sentado jugando una partida de ajedrez con mi soledad en mi pequeño departamento en New york, suelo pensar en esos tiempos de guerra que pasé, viendo a mi hijo caer desplomado sobre la tierra, deseando haber sido él, ojala lo hubiera salvado. Ahora sólo me queda vivir con mis aves, las que se van y vienen a diario. Ya llevo doce años con estas ideas y cada día mi deseo de venganza aumenta. Salgo por la ventana y veo a los niños jugar, ¡yo y mi maldito recuerdo!, a mis 84 años ya me siento cansado, harto de esta vida que más me quita y menos me da. Ustedes se preguntarán si mis amigos me visitan, pues yo les digo que ellos murieron, la verdad que los dejé morir, me oculté, fui un cobarde, estuve a punto de suicidarme, después de ver las reacciones de sus familias cuando les di la noticia, no logré matarme ya que por mi cobardía deje olvidado las balas en el campamento, ahora que he perdido un ojo y el brazo izquierdo entiendo que debí morir ahí. Lo más curioso es que hoy en la mañana encontré una carta bajo la puerta, era de una funeraria del lugar, por curiosidad fui al cementerio y caminando por las lápidas caí sorprendido, ¡encontré mi lápida!, yo llevaba 5 años ahí enterrado y por fin comprendí que mi infierno y mi condena era sobre esta tierra.

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